¡Demencia!, dícese del estado mental
donde todo lo puede la mente, y sus mutaciones desarrollan sentidos
desmadejados y repulsivos al oído medio. ¡Atónito!, me quedo al
escuchar estas palabras, posterior paso a leerlas. Porque, sí, tengo
esa manía de repetir las palabras en mi cabeza para darme
conversación. ¿A quién le importa?
Al acabar de escribir esta retahíla en
su diario, Termingilia Rodríguez, niña de quince años que
comenzaba a sufrir los primeros envites de la pubertad, guareció
enseguida la página entre los cientos de legajos que se adherían
dificultosamente a las tapas de cartón. Tenía la cara rellena,
grandes carrillos redondos poblados de pecas, y unas gafas grandes de
pasta marrones, unidas por cinta de carrocero en la mitad. Con
semblante inexpresivo, propio de la etapa que transitaba, y
prácticamente única imagen que mostraba su rostro, contempló la
portada del cuaderno, que había tenido a bien regalarle una tía
obesa en un viaje a la feria. En dicha portada, un llamado oso
amoroso, de los que pretendieran ser tiernos pero en sombrías ocasiones dificultan sueños prepúberes, le guiñó el ojo.
-Bien. -Se dijo.- Mi plan continúa en
marcha.
Dicho esto, colocó el diario bajó el
colchón, con cuidado de no desplazar la caja metálica donde
guardaría los condones.
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