jueves, 3 de septiembre de 2015

El diario

¡Demencia!, dícese del estado mental donde todo lo puede la mente, y sus mutaciones desarrollan sentidos desmadejados y repulsivos al oído medio. ¡Atónito!, me quedo al escuchar estas palabras, posterior paso a leerlas. Porque, sí, tengo esa manía de repetir las palabras en mi cabeza para darme conversación. ¿A quién le importa?

Al acabar de escribir esta retahíla en su diario, Termingilia Rodríguez, niña de quince años que comenzaba a sufrir los primeros envites de la pubertad, guareció enseguida la página entre los cientos de legajos que se adherían dificultosamente a las tapas de cartón. Tenía la cara rellena, grandes carrillos redondos poblados de pecas, y unas gafas grandes de pasta marrones, unidas por cinta de carrocero en la mitad. Con semblante inexpresivo, propio de la etapa que transitaba, y prácticamente única imagen que mostraba su rostro, contempló la portada del cuaderno, que había tenido a bien regalarle una tía obesa en un viaje a la feria. En dicha portada, un llamado oso amoroso, de los que pretendieran ser tiernos pero en sombrías ocasiones dificultan sueños prepúberes, le guiñó el ojo.

-Bien. -Se dijo.- Mi plan continúa en marcha.

Dicho esto, colocó el diario bajó el colchón, con cuidado de no desplazar la caja metálica donde guardaría los condones.

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