viernes, 21 de agosto de 2015

Tinziano en matrimonio

Escuchaba Tinziano el suave rumor del ajo moliéndose en la habitación contigua. Cuando regresara la cocinera, esa impávida ignorante de familia babosa, le haría saber lo jodido que era el mundo. Al fin y al cabo, le había caído una gota en el cuello desabotonado de la camisa aquella misma mañana, y encima el tabaco estaba a cinco euros, y el tamaño de su trasero seguía siendo susceptible de gigantesco. Ella era quien más debía entender ese temblor, la repulsión de una gota de agua sucia en la espalda recién duchada. Si ella ignoraba con recato la atroz intromisión del mundo, que por ser mundo es cruel y hay que saberlo y saber aguantar los golpes, aunque venga de arriba de abajo y a las costillas, daría inicio al segundo asalto por no haber temblado al quebrar dicha gota. ¿Qué ocurre en el espacio de una intimidad acobardada ante las agujas, el tiempo transcurrido en casa, las llamadas uterinas a tal madre estúpida y estúpida y cándida para paliar el frío y el horror de la gota mutando su criatura en una anomalía de aura impura y permeable? Sus amigas eran igual de idiotas. La gota supurando desde la piel cetrina, invocando latas de 24 céntimos en laborable, uniéndose al torrente destilado de una conciencia diaria, sometida a los designios de una justicia impostada al peor mundo de entre las peores realidades. Y vuelta a acostarse y esperar a fracasar otra venta.

Podía escuchar el eco de sus pasos, repicando contra la madera recién fregada. Sonreiría para sus adentros a las turbulencias de una mirada vidriosa, se pondría en pie, manos en los bolsillos y espalda inerte por las sillas de ortopedia. Que si iba pintada como una puta, que si vestía como una puta, al maquillaje lo corre el agua, las cuentas marrones arrojadas por las macetas sedientas, las lágrimas de los ángeles en una noche de tormenta y calceta.

Tinziano recibió inconsciente la puñalada. El frío cayó desde su espalda, vaciándose su interior en una nube de sangre estarcida. Sus ojos tropezaron con un reguero grisáceo, y no esperó sentir amor por su esposa, pero esperó el propio, antes de reconocer sus párpados sobre la alfombra.

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