-A medida que uno, como individuo y ser autoconsciente y determinado y determinante, madura, se le aparecen paulatinamente, sacados de entre los cadáveres espirituales de la infancia, esa cantidad indigna e ingente de códigos a los
que desafía con la mera acción de la existencia consumista. Quiero decir, lees
tus libros, bebes tus birras, te das las alegrías de los viernes, sufres la fe inhumana de los putos domingos, y de pronto oteas en la lejanía una ola,
desmedida, gigantesca, atroz, negra, porque está lejos y es pringosa como la miel o el petróleo. El agua te llega por los tobillos, y aunque la
sensación es refrescante, y puedes respirar bocanadas de aire, la sal marina te corroe los pulmones, y sabes que no durará mucho. Estás en ese estado marítimo previo a la
ruptura del oleaje, lo supo Hemingway, y ahora lo sabes tú. Pero es tarde, porque te encuentras en la línea de riesgo. Qué
ocurrirá cuando la ola explote contra tus huesos, es algo que
desconoces, pero tienes la absoluta certeza de que siempre, siempre
ha estado ahí. De que ha sido el horizonte. Solo que te pintaron uno
distinto cuando eras joven, ¿verdad? Bien, hemos estado ciegos, e
irremediablemente dedicados a la confrontación de esta ola que medra
sin nuestra influencia, hagamos lo que hagamos, y recemos a quien recemos. Pero, ¿qué más
podíamos hacer, eh?
- Ana María, ¿qué pifias rumia tu
marido?
Eriberto Puente Esteso, consciente de
pronto de que hablaba en alto y de que se encontraba, otra vez,
sumergido en la "puta navidad", compartiendo otro jueves con "el
soplapollas" de su suegro, se tragó sus pensamientos. Una
soberana e impoluta vergüenza, anestesiante e impedidora, se apoderó
de sus fuerzas mentales antes de cerrar su conciencia con otro trago de champán. El resto de la noche, hablaron de chuletas
de cerdo y cincuenta sombras de Grey.
Al día siguiente, fue de putas.
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