domingo, 16 de agosto de 2015

De cena con el suegro

-A medida que uno, como individuo y ser autoconsciente y determinado y determinante, madura, se le aparecen paulatinamente, sacados de entre los cadáveres espirituales de la infancia, esa cantidad indigna e ingente de códigos a los que desafía con la mera acción de la existencia consumista. Quiero decir, lees tus libros, bebes tus birras, te das las alegrías de los viernes, sufres la fe inhumana de los putos domingos, y de pronto oteas en la lejanía una ola, desmedida, gigantesca, atroz, negra, porque está lejos y es pringosa como la miel o el petróleo. El agua te llega por los tobillos, y aunque la sensación es refrescante, y puedes respirar bocanadas de aire, la sal marina te corroe los pulmones, y sabes que no durará mucho. Estás en ese estado marítimo previo a la ruptura del oleaje, lo supo Hemingway, y ahora lo sabes tú. Pero es tarde, porque te encuentras en la línea de riesgo. Qué ocurrirá cuando la ola explote contra tus huesos, es algo que desconoces, pero tienes la absoluta certeza de que siempre, siempre ha estado ahí. De que ha sido el horizonte. Solo que te pintaron uno distinto cuando eras joven, ¿verdad? Bien, hemos estado ciegos, e irremediablemente dedicados a la confrontación de esta ola que medra sin nuestra influencia, hagamos lo que hagamos, y recemos a quien recemos. Pero, ¿qué más podíamos hacer, eh?
- Ana María, ¿qué pifias rumia tu marido?

Eriberto Puente Esteso, consciente de pronto de que hablaba en alto y de que se encontraba, otra vez, sumergido en la "puta navidad", compartiendo otro jueves con "el soplapollas" de su suegro, se tragó sus pensamientos. Una soberana e impoluta vergüenza, anestesiante e impedidora, se apoderó de sus fuerzas mentales antes de cerrar su conciencia con otro trago de champán. El resto de la noche, hablaron de chuletas de cerdo y cincuenta sombras de Grey.

Al día siguiente, fue de putas.

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