Cansado de dar vueltas, vueltas y
medias vueltas, Eucatanasio Lamberiza frenó en un rincón del
callejón. Allí, observó la manzana que había dejado atrás, o
delante.
Nada le mostró lo que buscaba, pero,
sospechoso de que no se encontraba allí, y no lo hallaría
reanudando marcha, se quedó agotadoramente quieto.
Un coche lo salpicó y se enfadó orgánicamente. Entre el agua adherida a sus párpados, en el centro de una
pequeña gota que la proximidad magnificaba, lo creyó ver.
-¿Dando un paseo?
-Ya ve usted.
Bostezó sin ganas Eucatanasio, y temeroso de
la tiniebla, reemprendió marcha. Una inquietud poderosa se
confirmaba en sus entrañas, de vez en cuando había de darse la
vuelta para confirmar la presencia, o ausencia, de un hombre.
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